El árbol se mide mejor caído" (2)
El
Sábado que siguió a aquel Viernes Santo fue
preciso modificar el texto de millares de sermones preparados para el Domingo
de Pascua
Menester era
escribir la oración fúnebre una vez que se conoció la noticia de la muerte del
Presidente. En las grandes catedrales
de piedra de las ciudades, en
las pequeñas iglesias de pajizo techo a la vera de los caminos, en las
capillas de los hospitales y a
bordo de los buques de la armada, o en los campamentos militares, los sermones se dedicaron a recordar
al Presidente desaparecido.
Sin lugar a duda,
proclamaban los hombres prominentes y los periódicos, nunca pasó por la tierra
hombre alguno cuya muerte evocara en todos los países expresiones de tan pronto
y tan hondo interés humano, ni dolor tan verdadero, ni tan amplias reflexiones
y comentarios.
Una nota publicada
en el Harper's Wee&ly, titulada Duelo en Riclimond, daba cuenta del
pesar sentido aun en territorio que hasta ayer no más había sido enemigo: «El
general Lee en un principio se negó a oír los detalles del asesinato. Declaró
que cuando dejó el mando de las fuerzas rebeldes, se había rendido tanto ante la bondad de Lincoln como
ante la artillería de Grant. Agregó el General que deploraba la muerte de
Lincoln como podían deplorarla los ciudadanos del Norte, y que consideraba al
Presidente espejo de magnanimidad y de honradez».
El general Louis
Wigfall, jefe de los confederados, calificó la muerte de Lincoln como «la mayor desgracia que le podía haber sobrevenido al Sur».
Y el mayor Charles F. Baker, también sureño, que se hallaba en Cairo de paso'
para Nueva Orleáns, publicó una carta en que pedía
cayera sobre el asesino «la venganza del cielo», y agregaba que si las autoridades de los confederados
hablan tenido algo que ver con el crimen, él, por su parte, «no querría
penetrar ni un paso más en territorio del Sur».
Entre la masa
del pueblo inglés, cuya influencia impidió que el Gobierno reconociera a la Confederación, el duelo fue sincero.
En
Alemania muchas
asociaciones de trabajadores, sociedades cooperativas y periódicos obreros,
lamentaron la pérdida experimentada por la nación norteamericana. En Suecia y Noruega se dio orden de izar a media
asta el pabellón nacional en los barcos surtos en los puertos.
Hasta el último rincón del mundo habían llegado la historia y la
leyenda de Lincoln; la humanidad lo necesitaba porque anhelaba alcanzar aquellos preciosos ideales que él encarnó. Los viajeros de todos los continentes se acostumbraron a
encontrar aun en los hogares más humildes, el retrato de Lincoln, que
siempre daba motivo a alguna expresión en elogio del grande hombre. ,
La sombra de la desgracia había pasado sobre los mares y
tierras de uno a otro país, «como la sombra de un eclipse». Acaso en tantos
siglos como registra la historia, opinaba el gran filósofo autor de los
Representantes de la Humanidad, la
muerte de hombre alguno causó tanto dolor a la familia humana.
Encomió el filósofo
«la gran bondad de su carácter que lo hacia tolerante y accesible para
todos; justo,
inclinado a acceder a las peticiones del solicitante
Afirmaba Emerson
que, «si este hombre hubiera gobernado en una era de menos desarrollo de la
imprenta, se habría tornado mitológico como Esopo, por sus fábulas y
proverbios».
. «Por su valor y sentido de la justicia, su temperamento
ecuánime, su corazón humanitario, su figura de héroe ocupa el centro
de una época heroica.
El es la verdadera
historia del pueblo norteamericano de su tiempo».
El agudo
diplomático John Bigelow, conocedor como pocos de los estadistas y los hombres
de acción, ha escrito, refiriéndose a Lincoln: ««No tengo noticia de que la
historia ofrezca ejemplo de otro hombre que tan
constantemente, por imperativo de su propia constitución, se haya conducido con
el prójimo como quisiera que el prójimo se condujera con él ».
No era por el
crimen en sí por lo que el pueblo se dolía ahora, sino por la pérdida de un
amigo a quien amaba sencillamente como hombre.
En los millares de
comentarios que se acumulaban día tras día, destacábase la figura de Lincoln
como encarnación de dos resultados prácticos: Emancipación y Unión.
. Había
desaparecido la institución de la propiedad privada sobre el negro. Había
terminado para siempre la doctrina de la secesión y los derechos soberanos de
los Estados que formaban parte de la Unión norteamericana.
Dolíase Lincoln en
su segundo discurso de toma de posesión y en pasajes delicadamente redactados,
de lo que había costado realizar por la violencia lo que hubiera podido
lograrse mediante los dictados de la razón.
la estatura de
Lincoln surgía engrandecida, mayor que la de cualquier otro de los héroes.
Ninguno proyectaba una sombra más larga que la suya. Pero, para él, el gran héroe era el Pueblo. No se
cansaba de decir que él era solo el instrumento
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