sábado, 10 de diciembre de 2016

BELLA COMO UN HADA, HERMOSA COMO UNA FLOR

Hoy en se realizó el desfile navideño de bandas estudiantiles en la ciudad de Huehuetenango. - Estando en el parque central estuve parado cerca de dos damas jovenes . Probablemente de más de 28 años. Una de  ellas vestida de pantalon gris y una chaqueta roja. este último color realzaba la blancura de su rostro. de facciones finas en su rostro muy hermoso y de una belleza exquisita.
Bella, bella como un hada. Preciosa como una princesa..SU ROSTRO  DE HERMOSURA COMO  LA DE UN ÁNGEL.Nunca me cansaría de ver ese bello rostro.

domingo, 27 de noviembre de 2016

FOTOS ANTIGUA GUATEMALA EXEL

 

FOTOS 1981- HUEHUETENANGO


Bautismo 17 enero 1981

FOTOS DE MI PADRE- SAMUELSON -HUEHUETENANGO




La niñez de mi padre transcurrió en los amplios terrenos que poseían sus padres en lo que hoy conoce como EL CALVARIO, zona 3 de Huehuetenango. Al día de hoy todavía se encuentra una casa donde vivieron situada abajo del Molino"Elvira", pertenece a una sobrina de mi padre. Decía él que atrás del Molino, estaban las demás propiedades de sus padres.
En esos campos  tenían muchas vacas, hacían quesos, tomaban leche, sembraban milpa y frijol, ayotes, chilacayotes, mi abuela Paterna y mis tias hacían pan para vender. Criaban cerdos y con su carne hacían chorizos, longanizas  butifarras y chicharrones.  Mi padre   asistió al segundo o tercer grado de primaria allá por los años de 1925 0 1927.E n ese tiempo era u lujo leer y escribir.  Asistía a la escuela primaria del Terrero, donde su maestra era su prima hermana Eulalia López Ordoñez. Doña Eulalia López vivíó despues como jubilada  por los años 50s a 80s en la Ciudad Capital.
Muchas historia escuché a mi padre. Entre ellas que cuando los hermanos mayores iban cumpliendo su mayoría de edad o quizás un pocom menos. llegaba un encargado a decirle más o menos a su madre las siguentes palabras. "Señora Leandra, su hijo ya está enedad para servir en el ejercito.. Todos sus hermanos fueron a prestar servicio militar a su tiempo. Los primeros por los años 1918, 1920...Según  entiendo el prestó servivio militar por los años de 1935 a 1937.  Narraba mi padre que los mayores al irse iban dejando  el pastoreo de las vacas a los hermanos menores . Ellos  prestaban  servicio generalmente en el  Fuerte deMatamoros o en  Fuerte de San José. Ambos ubicados en la Capital. 
Mi padre prestó servivio en el Fuerte de San José. Mencionaba mucho la Finca Aceituno. recordaba anecdotas como  por ejemplo el de un copañero que en sus primeros días  fue a tirar su" rancho" al bote d ela basura. Pero que en el cuartel había un "sargento semana", que con un chicote (azote para caballos) y varios azotes obligo al recluta que había tirado la comida a sacarla de la basura y comersela. Contaba que durante un buen tiempo la comida era hecha por  los mismos soldados que sin lavar las verduras y de manera antihigienica hacían u caldo o lo que sea. Donde les servían el rancho era un lugar lleno de moscas  que los zopilotes se posaban en las mesas viejas donde les servían. Un día llegó  un coronel o alguién de alto rango y al ver las condiciones en que comían, mando  inmeiatamente a contratar mujeres cocineras y ordenó que les sirvieran mejores alimentos y de  encondiciones aceptables.
Contaba  que padecían de hambre  y que los mandaban a cuidar o entrenar en una finca llamada Aceituno donde habia muchos árboles  de jocote,  donde de alguna forma se las ingeniaban para comerlos y así aliviar un poco el hambre.
Cuando finalizaban su tiempo de servicio. les decían si querían" reengancharse", ofreciéndoles  subirles de grado militar de soldados de segunda, d primera a cabos, a sargentos. Varios de los compaleros d eus hermanos o de él acetaron  "reengancharse" y siervieron otros años más. Con el correr de los años  fueron ascendidos a capitanes, y luego a coroneles. Recuerdo que siendo niño en un viaje a la capital, en el mismo transporte iba un señor cuyo nobre era don Porfirio, del apellido no recuerdo, platicaron muy animadamente. Luego mi padre me dijó que don Porfirio era  Coronel jubilado que vivía en la Capital. En su juventud don Porfirio se había renganchado en el ejército. Por su parte sus hermanos y mi padre no quisieron servir más aallá de su tiempo obligatorio.


Mi padre siempre estuvo orgulloso de haber sido soldado en tiempos del General Jorge 
Ubico.Igualmente lo estaba su hermano Olivio, quién habia servido en la artillería, y por eso sus amigos lo conocían como Olivio "El artillero", o" El patojón López"
































martes, 18 de octubre de 2016

LINCOLN -FUNERALES



Solemnes funerales y hondo silencio

SIGUIERON       las ceremonias fúnebres. El cortejo empleó largo tiempo en recorrer todos los puntos señalados. Millones de personas presenciaban el desfile y se incorporaban a él espontáneamente.
Era    una    procesión vistosa, de masas, inmensa, desconcertante, caótica.
Pero fué también algo sencillo, definitivo, majestuoso.
A pesar de la ostentación de que en él se hizo derroche, el espectáculo proporcionó momentos inolvidables a millares de gentes que veneraban al des­aparecido por grande y por amigo entrañable.
Sí, grandioso fue el cortejo fúnebre. De la Casa Blanca en Washington, de donde partió, el féretro fue conducido    en      larga peregrinación,      día y noche, durante doce días.
Por las noches, centenares de hogueras y antorchas iluminaban la carrilera por donde pasaba lentamente el tren.
De día, tropas con armas a la funerala, tambores en sordina, pies multitu­dinarios que trataban de acercarse a la caja de asas de plata.
Por dondequiera, campanas que doblan, salvas de artillería que atruenan el aire con voces inarticuladas.
Pasaron por Baltimore, Harrisburgo, Filadelfia, Nueva York, con el féretro enlutado, que en cada sitio encontraba preparado un catafalco fastuosamente decorado.
Por Albany, Utica, Syracuse, pasó el doliente cortejo para encontrar doquiera multitudes silenciosas que salían a su encuentro o que se incorporaban al desfile.
A Cleveland, Columbus, Indianápolis, Chicago, se llevó después el féretro oblongo que fue colocado en un coche fúnebre para trasladarlo al sitio donde decenas de millares pudieran verlo por última vez Y luego a Springfield, en el estado de Illinois, el viejo terruño, donde los despojos amados hallarían por fin el reposo eterno.
En la peregrinación hasta Springfield, el ataúd ha recorrido 2,40o kiló­metros. Lo han visto más de siete millones de personas. Allí está ese rostro venerable que han contemplado más de 1.500.000 ciudadanos.
  El ataúd se depositó en el Capitolio del Estado, en el recinto de la cámara baja, de la cual había sido Lincoln miembro y en donde había pronunciado su advertencia profética sobre la «Casa Dividida ».

Desfilaban ahora los que lo habían conocido de largo tiempo atrás, parte no más de las 75.000 personas que visitaron el féretro. Sentíanse aterrorizados, oprimidos, adoloridos.
Hallábanse entre ellos antiguos clientes a quienes les había ganado o perdido pleitos; abogados que le habían ayudado o le habían combatido en un juicio, vecinos que lo vieron un día ordeñando una vaca o almohazando, el caballo, amigos que de sus labios, en torno al hogar que ardía en las noches de invierno, habían escuchado anécdotas y lucubraciones     sobre religión y sobre política. Todo el día y toda la noche se prolongó el interminable desfile de la ciudad nativa que se despedía.
El 4 de mayo de aquel año de 1865, el cortejo que acompañaba el féretro se dirigió del Capitolio al Cementerio de Oak Ridge.
Allí, sobre la verde falda de una colina que desciende desde las bóvedas sepulcrales, millares de personas escucharon las oraciones y los himnos, y la lectura del segundo discurso de la toma de posesión de Lincoln.
El fondo de piedra de la bóveda quedó tapizado con siemprevivas. Sobre,el féretro, metido en otra caja de caoba negra, colocaron flores con amoroso cuidado; después arrojaron en la fosa más flores simbólicas; y un derroche de ramos floridos cubrió la sepul­tura, como si no encontraran los dolientes cantidad que bastara a expresarle a él y expresarse a sí mismos la magnitud e intensidad de su pena.
Llegó la noche, en envuelta
en su manto de misterioso
silencio y de flotantes sombras.
Y se hizo la paz.                     
_________________

A la muerte de Lincoln
!OH CAPITÁN! ¡MI CAPITÁN! Nuestro espantoso viaje ha terminado,
La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio, Próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,
Siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave; Mas ¡ay¡ ¡oh corazón! ¡mi corazón! ¡mi corazón!
No ves las rojas gotas que caen lentamente,.
Allí, en el puente, donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las campanas. Levántate. Es por ti que izan las banderas. Es por ti que suenan los clarines. Son para ti estos búcaros y esas coronas adornadas.
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes.
Es hacia ti que se alzan sus clamores, que vuelven sus almas y sus rostros ardientes.
¡Ven capitán! ¡Querido padre!
¡Deja pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser sin duda un sueño que yazgas sobre el puente. Extendido, helado y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles,
Mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad, La nave, sana y salva, ha arrojado el ancla, su travesía ha concluido. ¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje! ¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!
Mientras yo con dolorosos pasos
Recorro el puente donde mi capitán
Yace extendido, helado, muerto.
Walt Whitman

ANTIGUA GUATEMALA KG



ANTIGUA GUATEMALA 378 J



sábado, 10 de septiembre de 2016

PODER DE LA ORACION


No cree usted en el poder

 de la oración .. .?



(Condensado de «Cosmopolitas»)
Por Percy Waxman

En las noches de la selva.

bajo el Mudo,firmamento.

los hombres le hablan a Dios

y Dios escucha su acento.



EL DOCTOR LIVINGSTONE Se empeñó una vez en hacerle entender a un reyezuelo africano cómo era el hielo. El jefecillo acogió la explicación del misionero con una carcajada de burla. No había visto nunca hielo y no creía una sola palabra de lo que Livingstone le de­cía.

El mundo está lleno de escépticos que, a semejanza de aquel salvaje africano, no creen en la existencia y realidad de lo que no se puede percibir con los sentidos.

Habiéndosele preguntado qué diría si viese una barra de acero flotando en el aire, cierto físico famoso contestó: «Pues, mire usted, si yo viese tal cosa, pensaría que se había suspendido temporalmente la acción de una ley natural ».

El gran biólogo Tomás Huxley, cuan­do le hicieron la misma pregunta, respon­dió: «Si yo viese un lingote de acero flo­tando en el espacio, lo consideraría una prueba de la existencia de una ley natural ignorada por mí».

De todas partes del mundo nos están llegando ahora testimonios del poder de la oración. A nadie debe sorprender que, en instantes de suprema angustia, los hombres impetren el auxilio de algún Poder exterior y superior a ellos. Lo úni­co sorprendente en eso es que nos sor­prendamos de un impulso tan natural y constante. Raro será el hombre que no sienta cierto espiritual anhelo, que no intuya, allá en lo íntimo de su ser, la exis­tencia de un Poder hacia el cual, de un modo involuntario, inconsciente, eleva los ojos y el alma.

El mayor Allen Lindberg, de West­field, Nueva Jersey, piloto de una fortaleza volante, cayó al mar con toda la do­tación de la aeronave. Eran diez en total. Iban a Australia.

«Escasamente tuvimos tiempo», cuen­ta el propio mayor, «de meternos en un par de balsas de caucho. No pudimos to­mar del avión ni una miga de pan, ni una gota de agua. Estábamos todos bastante abatidos; todos, menos el sargento Alber­to Hernández, de Dallas, nuestro artillero de cola. Apenas nos acomodamos en las balsas, Hernández empezó a rezar fervo­rosamente. A los pocos instantes nos dejó atónitos al comunicarnos que tenía la se­guridad de que Dios lo había escuchado y nos sacaría del trance ».

A merced de las olas, bajo un sol abra­sador, con los labios demasiado resecos y agrietados y la lengua demasiado hin­chada para acompañar a Hernández en sus cánticos religiosos, los aviadores ora­ban en silencio. A los tres días, poco antes del anochecer, divisaron el perfil de un Is­lote. No querían dar crédito a lo que sus ojos vieron minutos después: tres canoas llenas de remeros desnudos que boga­ban hacia las balsas. Eran aborígenes aus­tralianos, pescadores de negra piel y ca­bezas de extraña forma. Procedían de tie­rra firme, y llevaban navegando centena­res de millas. Le contaron a Lindberg que, el día antes, cuando iban de vuelta a su país, con la pesca que habían cogido, una fuerza misteriosa los impelió a cambiar de rumbo y dirigirse hacia aquel atolón des­habitado. De aquel islote fué de donde avistaron a Lindberg y sus compañeros.

«Dios se vale de la extrema necesidad del hombre para revelar su poder.» Pa­labras de John Flavel, que vivió en el siglo diecisiete. Verdad religiosa que están comprobando en nuestros días muchas personas que no tenían la costumbre de dirigirse a Dios mediante la oración, y que ahora han visto tenderse hacia ellos, en la hora del supremo riesgo, la mano de la Providencia. Sean cuales fueren los pe­ligros que nos amenacen, la fe en un Poder sobrenatural ahuyenta el miedo y la duda de nuestras almas. Tiene razón el doctor Alexis Carrel cuando dice: «La oración, el manantial más rico de fuerza y de per­fección de que disponen los hombres, es un bien eficacísimo que muchos ignoran o descuidan lamentablemente.
.