martes, 18 de octubre de 2016

LINCOLN -FUNERALES



Solemnes funerales y hondo silencio

SIGUIERON       las ceremonias fúnebres. El cortejo empleó largo tiempo en recorrer todos los puntos señalados. Millones de personas presenciaban el desfile y se incorporaban a él espontáneamente.
Era    una    procesión vistosa, de masas, inmensa, desconcertante, caótica.
Pero fué también algo sencillo, definitivo, majestuoso.
A pesar de la ostentación de que en él se hizo derroche, el espectáculo proporcionó momentos inolvidables a millares de gentes que veneraban al des­aparecido por grande y por amigo entrañable.
Sí, grandioso fue el cortejo fúnebre. De la Casa Blanca en Washington, de donde partió, el féretro fue conducido    en      larga peregrinación,      día y noche, durante doce días.
Por las noches, centenares de hogueras y antorchas iluminaban la carrilera por donde pasaba lentamente el tren.
De día, tropas con armas a la funerala, tambores en sordina, pies multitu­dinarios que trataban de acercarse a la caja de asas de plata.
Por dondequiera, campanas que doblan, salvas de artillería que atruenan el aire con voces inarticuladas.
Pasaron por Baltimore, Harrisburgo, Filadelfia, Nueva York, con el féretro enlutado, que en cada sitio encontraba preparado un catafalco fastuosamente decorado.
Por Albany, Utica, Syracuse, pasó el doliente cortejo para encontrar doquiera multitudes silenciosas que salían a su encuentro o que se incorporaban al desfile.
A Cleveland, Columbus, Indianápolis, Chicago, se llevó después el féretro oblongo que fue colocado en un coche fúnebre para trasladarlo al sitio donde decenas de millares pudieran verlo por última vez Y luego a Springfield, en el estado de Illinois, el viejo terruño, donde los despojos amados hallarían por fin el reposo eterno.
En la peregrinación hasta Springfield, el ataúd ha recorrido 2,40o kiló­metros. Lo han visto más de siete millones de personas. Allí está ese rostro venerable que han contemplado más de 1.500.000 ciudadanos.
  El ataúd se depositó en el Capitolio del Estado, en el recinto de la cámara baja, de la cual había sido Lincoln miembro y en donde había pronunciado su advertencia profética sobre la «Casa Dividida ».

Desfilaban ahora los que lo habían conocido de largo tiempo atrás, parte no más de las 75.000 personas que visitaron el féretro. Sentíanse aterrorizados, oprimidos, adoloridos.
Hallábanse entre ellos antiguos clientes a quienes les había ganado o perdido pleitos; abogados que le habían ayudado o le habían combatido en un juicio, vecinos que lo vieron un día ordeñando una vaca o almohazando, el caballo, amigos que de sus labios, en torno al hogar que ardía en las noches de invierno, habían escuchado anécdotas y lucubraciones     sobre religión y sobre política. Todo el día y toda la noche se prolongó el interminable desfile de la ciudad nativa que se despedía.
El 4 de mayo de aquel año de 1865, el cortejo que acompañaba el féretro se dirigió del Capitolio al Cementerio de Oak Ridge.
Allí, sobre la verde falda de una colina que desciende desde las bóvedas sepulcrales, millares de personas escucharon las oraciones y los himnos, y la lectura del segundo discurso de la toma de posesión de Lincoln.
El fondo de piedra de la bóveda quedó tapizado con siemprevivas. Sobre,el féretro, metido en otra caja de caoba negra, colocaron flores con amoroso cuidado; después arrojaron en la fosa más flores simbólicas; y un derroche de ramos floridos cubrió la sepul­tura, como si no encontraran los dolientes cantidad que bastara a expresarle a él y expresarse a sí mismos la magnitud e intensidad de su pena.
Llegó la noche, en envuelta
en su manto de misterioso
silencio y de flotantes sombras.
Y se hizo la paz.                     
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A la muerte de Lincoln
!OH CAPITÁN! ¡MI CAPITÁN! Nuestro espantoso viaje ha terminado,
La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio, Próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,
Siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave; Mas ¡ay¡ ¡oh corazón! ¡mi corazón! ¡mi corazón!
No ves las rojas gotas que caen lentamente,.
Allí, en el puente, donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las campanas. Levántate. Es por ti que izan las banderas. Es por ti que suenan los clarines. Son para ti estos búcaros y esas coronas adornadas.
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes.
Es hacia ti que se alzan sus clamores, que vuelven sus almas y sus rostros ardientes.
¡Ven capitán! ¡Querido padre!
¡Deja pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser sin duda un sueño que yazgas sobre el puente. Extendido, helado y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles,
Mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad, La nave, sana y salva, ha arrojado el ancla, su travesía ha concluido. ¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje! ¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!
Mientras yo con dolorosos pasos
Recorro el puente donde mi capitán
Yace extendido, helado, muerto.
Walt Whitman

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