domingo, 30 de octubre de 2016
martes, 18 de octubre de 2016
LINCOLN -FUNERALES
Solemnes funerales y hondo silencio
SIGUIERON
las ceremonias fúnebres. El cortejo empleó largo tiempo en recorrer todos los
puntos señalados. Millones de personas presenciaban el desfile y se
incorporaban a él espontáneamente.
Era
una procesión vistosa, de masas, inmensa, desconcertante,
caótica.
Pero fué también
algo sencillo, definitivo, majestuoso.
A pesar de la
ostentación de que en él se hizo derroche, el espectáculo proporcionó momentos
inolvidables a millares de gentes que veneraban al desaparecido por grande y
por amigo entrañable.
Sí, grandioso fue
el cortejo fúnebre. De la Casa Blanca en Washington, de donde partió, el
féretro fue conducido en larga
peregrinación, día y noche, durante doce días.
Por las noches, centenares de hogueras y antorchas
iluminaban la carrilera por donde pasaba lentamente el tren.
De día, tropas con
armas a la funerala, tambores en sordina, pies multitudinarios que trataban
de acercarse a la caja de asas de plata.
Por dondequiera, campanas que doblan, salvas de artillería
que atruenan el aire con voces inarticuladas.
Pasaron por Baltimore, Harrisburgo, Filadelfia, Nueva
York, con el féretro enlutado, que en cada sitio encontraba preparado un
catafalco fastuosamente decorado.
Por Albany, Utica, Syracuse, pasó el doliente cortejo para encontrar doquiera multitudes silenciosas que salían
a su encuentro o que se incorporaban al desfile.
A
Cleveland, Columbus, Indianápolis, Chicago, se llevó después el féretro oblongo
que fue colocado en un coche fúnebre para trasladarlo al sitio donde decenas de
millares pudieran verlo por última vez Y luego a Springfield, en el estado de Illinois, el viejo terruño,
donde los despojos amados hallarían por fin el reposo eterno.
En la peregrinación
hasta Springfield, el ataúd ha recorrido 2,40o kilómetros. Lo han visto
más de siete millones de personas. Allí está ese rostro venerable que han
contemplado más de 1.500.000 ciudadanos.
El ataúd se depositó en el Capitolio del Estado, en el
recinto de la cámara baja, de la cual había sido Lincoln miembro y en donde había pronunciado su advertencia
profética sobre la «Casa Dividida ».
Desfilaban ahora
los que lo habían conocido de largo tiempo atrás, parte no más de las 75.000
personas que visitaron el féretro. Sentíanse aterrorizados, oprimidos,
adoloridos.
Hallábanse
entre ellos antiguos clientes a quienes les había ganado o perdido pleitos;
abogados que le habían ayudado o le habían combatido en un juicio, vecinos que lo vieron un día ordeñando una vaca o almohazando,
el caballo, amigos que de sus labios, en torno al hogar que ardía en
las noches de invierno, habían escuchado anécdotas y
lucubraciones sobre religión y sobre política. Todo el
día y toda la noche se prolongó el interminable desfile de la ciudad nativa que
se despedía.
El 4 de mayo de
aquel año de 1865, el cortejo que acompañaba el féretro se dirigió del
Capitolio al Cementerio de Oak Ridge.
Allí, sobre la
verde falda de una colina que desciende desde las bóvedas sepulcrales, millares
de personas escucharon las oraciones y los himnos, y la lectura del segundo
discurso de la toma de posesión de Lincoln.
El fondo de piedra de la bóveda quedó tapizado con
siemprevivas. Sobre,el féretro, metido en otra caja de caoba
negra, colocaron flores con amoroso cuidado; después arrojaron en la fosa
más flores simbólicas; y un derroche de ramos floridos cubrió la sepultura,
como si no encontraran los dolientes cantidad que
bastara a expresarle a él y expresarse a sí mismos la magnitud e
intensidad de su pena.
Llegó
la noche, en envuelta
en su manto de misterioso
silencio y de flotantes sombras.
en su manto de misterioso
silencio y de flotantes sombras.
Y se
hizo la paz.
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A la muerte de Lincoln
!OH CAPITÁN! ¡MI
CAPITÁN! Nuestro espantoso viaje ha terminado,
La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el
anhelado premio, Próximo está el puerto, ya oigo
las campanas y el pueblo entero que te aclama,
Siguiendo con sus
miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia
nave; Mas ¡ay¡ ¡oh corazón! ¡mi corazón! ¡mi corazón!
No ves las rojas gotas que caen lentamente,.
Allí,
en el puente, donde mi capitán
Yace
extendido, helado y muerto.
¡Oh
capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las campanas. Levántate. Es
por ti que izan las banderas. Es por ti que suenan los clarines. Son para ti
estos búcaros y esas coronas adornadas.
Es
por ti que en las playas hormiguean las multitudes.
Es
hacia ti que se alzan sus clamores, que vuelven sus almas y sus rostros
ardientes.
¡Ven capitán! ¡Querido padre!
¡Deja
pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser
sin duda un sueño que yazgas sobre el puente. Extendido, helado y muerto.
Mi
capitán no contesta,
sus labios siguen pálidos e inmóviles,
Mi
padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad, La nave, sana y salva, ha arrojado el
ancla, su travesía ha concluido. ¡La vencedora nave entra en el
puerto, de vuelta de su espantoso viaje! ¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad,
campanas!
Mientras yo con dolorosos pasos
Recorro el puente donde mi capitán
Yace extendido, helado, muerto.
Walt Whitman
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