domingo, 25 de septiembre de 2016
sábado, 10 de septiembre de 2016
PODER DE LA ORACION
No cree usted en el poder
de la oración .. .?
(Condensado
de «Cosmopolitas»)
Por Percy Waxman
Por Percy Waxman
En las noches de la selva.
bajo el Mudo,firmamento.
los hombres le hablan a Dios
y Dios escucha su acento.
EL DOCTOR LIVINGSTONE Se empeñó una vez en hacerle
entender a un reyezuelo africano cómo era el hielo. El jefecillo acogió la
explicación del misionero con una carcajada de burla. No había visto nunca
hielo y no creía una sola palabra de lo que Livingstone le decía.
El
mundo está lleno de escépticos que, a semejanza de aquel salvaje africano, no
creen en la existencia y realidad de lo que no se puede percibir con los
sentidos.
Habiéndosele preguntado qué diría si viese una barra de acero
flotando en el aire, cierto físico famoso contestó: «Pues, mire usted, si yo
viese tal cosa, pensaría que se había suspendido temporalmente la acción de una
ley natural ».
El gran biólogo Tomás Huxley, cuando le hicieron la misma
pregunta, respondió: «Si yo viese un lingote de acero flotando en el espacio,
lo consideraría una prueba de la existencia de una ley natural ignorada por
mí».
De
todas partes del mundo nos están llegando ahora testimonios del poder de la
oración. A nadie debe sorprender que, en instantes de suprema angustia, los
hombres impetren el auxilio de algún Poder exterior y superior a ellos. Lo único
sorprendente en eso es que nos sorprendamos de un impulso tan natural y
constante. Raro será el hombre que no sienta cierto espiritual anhelo, que no
intuya, allá en lo íntimo de su ser, la existencia de un Poder hacia el cual,
de un modo involuntario, inconsciente, eleva los ojos y el alma.
El mayor Allen Lindberg, de Westfield, Nueva
Jersey, piloto de una fortaleza volante, cayó al mar con toda la dotación de
la aeronave. Eran diez en total. Iban a Australia.
«Escasamente
tuvimos tiempo», cuenta el propio mayor, «de meternos en un par de balsas de
caucho. No pudimos tomar del avión ni una miga de pan, ni una gota de agua.
Estábamos todos bastante abatidos; todos, menos el sargento Alberto Hernández, de Dallas, nuestro artillero de
cola. Apenas nos acomodamos en las balsas, Hernández empezó a rezar fervorosamente. A
los pocos instantes nos dejó atónitos al comunicarnos que tenía la seguridad
de que Dios lo había escuchado y nos sacaría del trance ».
A
merced de las olas, bajo un sol abrasador, con los labios demasiado resecos y
agrietados y la lengua
demasiado hinchada para acompañar a Hernández en sus cánticos religiosos, los
aviadores oraban en silencio. A los tres días, poco antes del
anochecer, divisaron el perfil de un Islote. No querían dar crédito a lo que
sus ojos vieron minutos después: tres canoas llenas de remeros desnudos que bogaban
hacia las balsas. Eran aborígenes australianos, pescadores de negra piel y cabezas
de extraña forma. Procedían de tierra firme, y llevaban navegando centenares
de millas. Le
contaron a Lindberg que, el día antes, cuando iban de vuelta a su país, con la
pesca que habían cogido, una
fuerza misteriosa los impelió a cambiar de rumbo y dirigirse hacia aquel atolón
deshabitado. De aquel islote fué de donde avistaron a Lindberg
y sus compañeros.
«Dios se vale de la extrema
necesidad del hombre para revelar su poder.» Palabras de John Flavel, que
vivió en el siglo diecisiete. Verdad religiosa que
están comprobando en nuestros días muchas personas que no tenían la costumbre
de dirigirse a Dios mediante la oración, y que ahora han visto tenderse hacia
ellos, en la hora del supremo riesgo, la mano de la Providencia. Sean
cuales fueren los peligros que nos amenacen, la fe
en un Poder sobrenatural ahuyenta el miedo y la duda de nuestras almas.
Tiene razón el doctor Alexis Carrel cuando dice: «La oración, el manantial más
rico de fuerza y de perfección de que disponen los hombres, es un bien eficacísimo que muchos ignoran o descuidan
lamentablemente.
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