NO SOLO
PAN
Por Karl
Detzer
Condensado de
«Foreign Service»)
1949
UN DIA de
1946, Birch Bayh, joven soldado de Indiana, alto y de ojos azules, supo que
pronto lo enviarían a ultramar. Al punto escribió por correo aéreo a la
señorita Mildred Schlsser, empleada de la administración del condado en la
ciudad de Terre Haute:
«Hágame el
favor de enviarme inmediatamente
cuatro dólares de semillas de legumbres. No olvide mandar algunas de maíz. Adjunto hallará el cheque.»
La carta
estaba firmada: «Birch Bayh, soldado. »
La señorita Schlosser
no perdió tiempo. Por el primer correo mandó 18 paquetes de semillas. Birch
Bayli había sido su alumno más adelantado en las clases de agricultura que ella
daba. Durante dos períodos fue presidente de un club
agrícola y su sembrado de tomates en la granja de su abuelo, cerca de
Libertyville, había ganado un premio de 200 dólares por ser la mejor de las
huertas cultivadas en el estado por mozos de menos de 20 años. Bayh empezó a
estudiar (agricultura en la Universidad de Purdue;pero al cumplir 19 año
abandonó sus estudios para alistarse en el ejército.
Su plan particular de
restauración europeapor poco se va a pique en el puerto de salida.
—Oiga—le
dijo un sargento al ver los paquetes de semillas—las ordenanzas dicen que al soldado no
se le permite llevar consigo sino equipo militar y enseres personales. Conque deshágase de esas semillas en seguida.
Bayh puso de
manifiesto el primer atributo de la buena diplomacia:
no dijo esta boca es mía. Pero en seguida abrió todos los paquetes y distribuyó
las semillas en los bolsillos de sus distintos uniformes. Así dispersas no
abultaban y los inspectores las dejaron pasar.
La compañía de
policía militar de que Bayh era soldado llegó al fin a
la aldea alemana de Hungen, que dista unos 54 kilómetros del norte de
Francfort. Y aquí empezó el trabajo del muchacho. Todas las noches Bayh sacaba semillas de los bolsillos de
sus uniformes, lo cual divertía mucho a sus compañeros. Poco a poco y con sumo cuidado logró volver a juntar
Las de cada una de
las 18 variedades que había sacado de los paquetes. «La cosa me costó bastante
trabajo,» decía después; pero yo estaba resuelto a
tener una huerta.»
Hungen era un
pueblecito que por carecer de importancia militar no había sido bombardeado en
la segunda guerra mundial. Así pues, sus casas y
campos estaban intactos; pero, como todo el resto de Alemania, sus
habitantes tenían hambre.
«Y no sólo hambre de
alimentos,» dice Bayh, «sino también de otras cosas: hambre de algo que diera valor a la vida, de objetivos
realizables a que dedicarla. Todo lo
que los alemanes habían aprendido a creer y esperar había resultado falso y
catastrófico. Se les había dicho que
si se adherían al nazismo subyugarían el mundo, y ahora los subyugados eran
ellos. Eso los desconcertaba. A los norteamericanos no los comprendían, y
no sabían qué esperar de ellos.»
Los
alemanes que más preocupaban a Bayh eran los niños, que parecían abatidos y
apáticos.
«Esto me inquietaba mucho,» dice, «y de ello hablé al cabo George Rademacher,
de nuestra compañía, el cual estaba encargado de las actividades de la gente
menuda del pueblo. Mucho le gustó mi
idea de sembrar huertas y dar en ellas
ocupación a los muchachos s de ambos sexos. Habló del proyecto ,il
burgomaestre, que prometió ayudar.
«En las afueras del
pueblo hallamos un terrenito desocupado, de unas ocho áreas de extensión. El
suelo parecía bastante bueno. El burgomaestre envió a un Hombre con una yunta
de bueyes para arar el terreno.»
En seguida Bayli hizo
saber a todos los muchachos y muchachas del pueblo que les les tenía, empleo. Se presentaron90 pertenecientes a 45 familias. El número de
muchachas era casi igual al de muchachos. Bayli dividió el terreno
en 45 eras rectangulares, aproximadamente de seismetros de largo por 1,8 de
ancho.
«A cada era,» dice,
«le asigné dos muchachos, tratando siempre de que
fueran hermanos, a fin de que lo
que en ella se cosechara fuese a una misma familia. Los chicos llevaron sus propias herramientas y sin demora
empezaron a preparar las eras.»
Pronto empezó un
período de lluvias y tiempo frío que duró un mes. Bayh no quiso que las
semillas se sembrasen antes que la tierra estuviera suficientemente seca. Entre
tanto puso a los muchachos a trabajar en otras cosas. Con madera y clavos que el
ejército norteamericano consintió en darles, construyeron una casa de
herramientas.
«Quería hacer ver a
aquellos chicos,» dice Bayh, «cuánto podían hacer si trabajaban aunadamente. No habría sido lo mismo si les hubiéramos dado una casa de
herramientas ya hecha. Se enorgullecían de la que ellos mismos habían
construido y la miraban como cosa que les pertenecía de derecho. Ese sentimiento de
satisfacción era de suma importancia."
Luego que el tiempo
mejoró y el suelo se secó lo suficiente, Bayh
dividió sus preciosas semillas en 45 partes iguales, y sus jóvenes horticultores sembraron maíz, tomates, coles,
habichuelas, nabos, zanahorias, pepinos y otras legumbres. Cada pareja de muchachos se desvivía por ser la primera en
recolectar su cosecha y por producir la mayor cantidad de frutos y los de mejor
calidad. Gracias al mozalbete de Indiana, 90 pares de manos alemanas hallaron en qué ocuparse y 90 espíritus alemanes sintieron el
contento de ver fructificar las plantas que tan asiduamente habían cultivado.
"Aquellos chicos" dice Brayh. "Se dieron cuenta de que si cada uno ponía de su parte, en el
invierno próximo no tendrían que acudir al gobierno ni a las instituciones de
socorro con tanta frecuencia como en años anteriores.»
Cuando la señorita Schlosser envió a Bayh las semillas de legumbres, le envió también algunas para jardines de flores. Sembrolas en arriates alrededor de la huerta, y encargó de las matas a los chicos. «Los grupos de flores eran muy bellos,» dice. «La gente de la aldea iba a admirarlos los domingos por la tarde. »
Ese verano los muchachos produjeron cantidades pasmosas de legumbres. Cada familia recibió 13 kilos de col, tres de habichuelas, nueve de espinaca, cuatro kilos de nabos, tres de nabos y 14 de tomates. Los muchachos llevaban a sus casas perejil, pepinos, pimientos, remolachas, lechugas, bretón y yerbas de varias clases. El invierno de 1947 Hungen tuvo abundancia de alimentos. Los alemanes económicos recogieron y conservaron semillas cuidadosamente, las cuales sembraron en el verano de 1948 continuando asi la labor iniciada por Birch Bayh.
Retirado del ejército, Bayli ha emprendido otra vez sus estudios de agricultura enla Universidad de Purdue. «Apuesto, » dice, «que si todos los chicos de Alemania pudieran trabajar en huertas como ésas, no habría peligro de que en el país surgiera otro Hitler, por lo menos dentro de los 15 o 20 años próximos. Esos chicos necesitan alimento tanto material como espiritual; algo que los aliente a vivir tranquila y pacíficamente. »
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