sábado, 31 de octubre de 2015

NO SOLO PAN Por Karl Detzer 1949



NO SOLO PAN 
 Por Karl Detzer
Condensado de «Foreign Service»)
1949

UN   DIA de 1946, Birch Bayh, joven soldado de Indiana, alto y de ojos azules, supo que pronto lo enviarían a ultramar. Al punto escribió por correo aéreo a la señorita Mildred Schlsser, empleada de la administración del condado en la ciudad de Terre Haute:
«Hágame el favor de enviarme inmediatamente cuatro dólares de semillas de legumbres. No olvide mandar algunas de maíz. Adjunto hallará el cheque.»
La carta estaba firmada: «Birch Bayh, soldado. »
La señorita Schlosser no perdió tiempo. Por el primer correo mandó 18 paquetes de semillas. Birch Bayli había sido su alumno más adelantado en las clases de agricultura que ella daba. Durante dos períodos fue presidente de un club agrícola y su sembrado de tomates en la granja de su abuelo, cerca de Libertyville, había ganado un premio de 200 dólares por ser la mejor de las huertas cultivadas en el estado por mozos de menos de 20 años. Bayh empezó a estudiar (agricultura en la Universidad de Purdue;pero al cumplir 19 año abandonó sus estudios para alistarse en el ejército.
Su plan particular de restauración europeapor poco se va a pique en el puerto de salida.
—Oiga—le dijo un sargento al ver los paquetes de semillas—las ordenanzas dicen que al soldado no se le permite llevar consigo sino equipo militar y enseres personales. Conque deshágase de esas semillas en seguida.
Bayh puso de manifiesto el primer atributo de la buena diplomacia: no dijo esta boca es mía. Pero en seguida abrió todos los paquetes y distribuyó las semillas en los bolsillos de sus distintos uniformes. Así dispersas no abultaban y los inspectores las dejaron pasar.
La compañía de policía militar de que Bayh era soldado llegó al fin a la aldea alemana de Hungen, que dista unos 54 kilómetros del norte de Francfort. Y aquí empezó el trabajo del muchacho. Todas las noches Bayh sacaba semillas de los bolsillos de sus uniformes, lo cual divertía mucho a sus compañeros. Poco a poco y con sumo cuidado logró volver a juntar
Las de cada una de las 18 variedades que había sacado de los paquetes. «La cosa me costó bastante trabajo,» decía después; pero yo estaba resuelto a tener una huerta.»
Hungen era un pueblecito que por carecer de importancia militar no había sido bombardeado en la segunda guerra mundial. Así pues, sus casas y campos estaban intactos; pero, como todo el resto de  Alemania, sus habitantes tenían hambre.
«Y no sólo hambre de alimentos,» dice Bayh, «sino también de otras cosas: hambre de algo que diera valor a la vida, de objetivos realizables a que dedicarla. Todo lo que los alemanes habían aprendido a creer y esperar había resultado falso y catastrófico. Se les había dicho que si se adherían al nazismo subyugarían el mundo, y ahora los subyugados eran ellos. Eso los desconcertaba. A los norteamericanos  no los comprendían, y no sabían qué esperar de ellos.»
Los alemanes que más preocupaban a Bayh eran los niños, que parecían abatidos y apáticos. «Esto me inquietaba mucho,» dice, «y de ello hablé al cabo George Rademacher, de nuestra compañía, el cual estaba encargado de las actividades de la gente menuda del pueblo. Mucho le  gustó mi idea de sembrar huertas y dar en ellas ocupación a los muchachos s de ambos sexos. Habló del proyecto ,il burgomaestre, que prometió ayudar.
«En las afueras del pueblo hallamos un terrenito desocupado, de unas ocho áreas de extensión. El suelo parecía bastante bueno. El burgomaestre envió a un Hombre con una yunta de bueyes para arar el terreno.»
En seguida Bayli hizo saber a todos los muchachos y muchachas del pueblo que les les tenía, empleo. Se presentaron90 pertenecientes a 45 familias. El número de muchachas era casi igual al de muchachos. Bayli dividió el terreno en 45 eras rectangulares, aproximadamente de seismetros de largo por 1,8 de ancho.
«A cada era,» dice, «le asigné dos muchachos, tratando siempre de que fueran hermanos, a fin de que lo que en ella se cosechara fuese a una misma familia. Los chicos llevaron sus propias herramientas y sin demora empezaron a preparar las eras.»
Pronto empezó un período de lluvias y tiempo frío que duró un mes. Bayh no quiso que las semillas se sembrasen antes que la tierra estuviera suficientemente seca. Entre tanto puso a los muchachos a trabajar en otras cosas. Con madera y clavos que el ejército norteamericano consintió en darles, construyeron una casa de herramientas.
«Quería hacer ver a aquellos chicos,» dice Bayh, «cuánto podían hacer si trabajaban aunadamente. No habría sido lo mismo si les hubiéramos dado una casa de herramientas ya hecha. Se enorgullecían de la que ellos mismos habían construido y la miraban como cosa que les pertenecía de derecho. Ese sentimiento de satisfacción era de suma importancia."
Luego que el tiempo mejoró y el suelo se secó lo suficiente, Bayh dividió sus preciosas semillas en 45 partes iguales, y sus jóvenes horticultores sembraron maíz, tomates, coles, habichuelas, nabos, zanahorias, pepinos y otras legumbres. Cada pareja de muchachos se desvivía por ser la primera en recolectar su cosecha y por producir la mayor cantidad de frutos y los de mejor calidad. Gracias al mozalbete de Indiana, 90 pares de manos alemanas hallaron en qué ocuparse y 90 espíritus alemanes sintieron el contento de ver fructificar las plantas que tan asiduamente habían cultivado.
"Aquellos chicos" dice Brayh. "Se dieron  cuenta de que si cada uno ponía de su parte, en el invierno próximo no tendrían que acudir al gobierno ni a las instituciones de socorro con tanta frecuencia como en años anteriores.»

Cuando la señorita Schlosser envió a Bayh las semillas de legumbres, le envió también algunas para jardines de flores. Sembrolas en arriates alrededor de la huerta, y encargó de las matas a los chicos. «Los grupos de flores eran muy bellos,» dice. «La gente de la aldea iba a admirarlos los domingos por la tarde. »
Ese verano los muchachos produjeron cantidades pasmosas de legumbres. Cada familia recibió 13 kilos de col, tres de habichuelas, nueve de espinaca, cuatro kilos de nabos, tres de nabos y 14 de tomates. Los muchachos llevaban a sus casas perejil, pepinos, pimientos, remolachas, lechugas, bretón y yerbas de varias clases. El invierno de 1947 Hungen tuvo abundancia de alimentos. Los alemanes económicos recogieron y conservaron semillas cuidadosamente, las cuales sembraron en el verano de 1948 continuando asi la labor iniciada por Birch Bayh.
Retirado del ejército, Bayli ha emprendido otra vez sus estudios de agricultura enla Universidad de Purdue. «Apuesto, » dice, «que si todos los chicos de Alemania pudieran trabajar en huertas como ésas, no habría peligro de que en el país surgiera otro Hitler, por lo menos dentro de los 15 o 20 años próximos. Esos chicos necesitan alimento tanto material como espiritual; algo que los aliente a vivir tranquila y pacíficamente. »

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