EL JURAMENTO DE DOS HEROES
JULIAN CASTELLANOS
ESPAÑA
1889
—-Esta mañana ha entrado mi padre enmiestancia.
— Perfectamente, no creo que eso te haya sorpren-
dido, cuando tiene la costumbre de hacerlo todos los
días.
— Es verdad, pero al verle, á pesar de los esfuerzos
que hice para contenerme, no he podido reprimir las
lágrimas que se agolpaban á mis ojos.
— ¿Y por qué llorabas?
— ¡Ay, Garcés! ¿Te parece que no existe motivo?
Yo no he observado con ellos la conducta que se
merecen.
— En ese caso, yo soy el infame, pero nunca tú.
— No: tú, aunque les debes mucho, aunque tienes
para con ellos motivos de gratitud y respeto, no eres
su hijo.
— Pero aspiro á que me concedan ese dulce nom-
bre.
— Yo no he debido nunca acceder á tus súplicas,
pero te amo tanto...
Y la joven prorrumpió en amargos sollozos.
— No, Esther de mi alma, el que no ha debido ja-
más faltarles he sido yo.
Sin embargo, perdóname, los propios motivos que
te indujeron á demostrarme tu amor, han sido los
que me impulsaron á buscarte.
No llores; tus lágrimas, á la par que tus ojos, que-
man mi corazón.
Todavía hay medios para que nuestra falta quede
legitimada ante Dios.
926 EL JURAMENTO
— No es posible, Garcés.
— ¿Cómo que no?
¿Acaso no podemos unirnos para siempre?
— Sí, pero no con la premura que deseas.
— No te comprendo. ¿Quién nos lo impedirá?
— Oye, Garcés, escucha hasta el final, y entonces
comprenderás por qué lloro.
Mi padre me abrazó, y al sentir en su rostro la
humedad de mis lágrimas, me preguntó los motivos
que me obligaban á verterlas.
Le respondí que me hallaba bajo las impresiones
de un sueño desagradable, y pude observar que sus
labios sonreían con incredulidad.
Entonces me dijo que él sabía el origen de mi
peocupación.
Con efecto, Garcés, nuestros amores no son un se-
creto para él.
— ¿Y qué te dijo respecto á ellos?
— Al pronto mi corazón se dilató de ventura.
No dudó en decirme que te quería como á un hijo,
y que á pesar de no pertenecer á nuestra raza y no
profesar nuestras doctrinas, no se opondría á nuestro
casamiento.
— ¡Pobre Jacob! — exclamó el paje.
— ¿Pero esa boda no puede verificarse con la rapi-
dez que desearíamos?
— ¿Por qué?
Esther guardó sileucio.
— Habla, habla con franqueza, pues es necesario
que yo sepa todo lo que te ha dicho.
DE DOS HÉROES. 927
— Porque mi padre desea que adquieras algunos
medios de fortuna.
— Es natural, bien sabes que te he dicho lo mismo
-antes de ahora.
¿Y eso es lo único que te hace llorar?
— No, hay otra cosa que me apena mucho.
— Veamos cuál és.
— Sentiría despertar tu enojo.
— No parece sino que estás hablando con algún
hombre que te haya demostrado su carácter irascible.
— Mi padre, prosiguió la hebrea con timidez, quiere
que salgas de esta casa.
Las facciones del joven adquirieron un aspecto
sombrío.
Frunciéronse sus cejas, y en sus labios brotó una
sonrisa amarga.
— ¡Ah, luego el viejo Jacob quiere que me vaya, y
que cuando haya adquirido riquezas vuelva en bus-
ca tuya!
— No, Garcés, mi padre quiere que no vivas bajo
nuestro propio techo porque teme por su honor.
¡El desdichado no sabe que éste tiene una mancha!
— Pues bien, en ese caso, hoy mismo saldré de aquí.
— Parece que me lo dices enojado.
¿No comprendes la razón, amor mío?
El desea proporcionarte medios para que te hagas
un mercader honrado y...
— Dile que agradezco sus atenciones, pero que no
las acepto.
—¡Garcés!
928 EL JURAMENTO
¿Qué dices, vas á resentirte por tan poco?
— ¡ Ah, ¡luego te parece poco que me separen de ti!
¡Bien se advierte que no me amas!
— Calla, ingrato, no destroces mi corazón de esa
manera.
Yo te amo como á nadie he amado jamás.
¿Qué mayor prueba puedes exigirme si hasta des-
honré por ti las canas de mis pobres padres?
El paje quedó pensativo.
Las lágrimas de Esther le conmovieron, y domi-
nando su impetuoso carácter le preguntó.
— ¿Qué quieres que haga?
— Quiero que no te ofendas.
Mis padres deben procurar por mi honra.
Es justo que tomen esta determinación aunque á
nosotros nos contraríe.
Acepta lo que te ofrecen, y si tu amor es cierto r
procura prosperar y hacerte á sus ojos digno de mí.
Yo te veré.
Ya sabes que mis padres no han de cerrarte sus
puertas.
Podemos también permanecer juntos en la casa de
Pedro Torrigiano.
— Y en la tuya durante las horas de la noche.
— No te comprendo.
— -La ventana de tu estancia cae á este jardín, y no
está tan alta que no sea susceptible de escalarse.
Tus padres se acuestan temprano.
— ¡Ah, Garcés; {y si sorprendiesen nuestras entre-
vistas?
DE DOS HÉROES. 929
— Mejor; de esa manera no podrían negarse á que
fueses mi esposa.
— Pero morirían de dolor.
Sin embargo, yo te amo, yo soy tu esclava y haré
cuanto me ordenes.
— Debo advertirte que ahora mismo salgo de esta
casa.
— ¿En qué actitud?
— En la más cariñosa.
— Bueno, ese es mi deseo.
Hazlo así por esta pobre mujer que tanto te quie-
re y que tan dispuesta se halla á sacrificarse por tu
amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario