viernes, 20 de enero de 2017

EL JURAMENTO DE DOS HEROES -925

 EL JURAMENTO DE DOS HEROES
JULIAN CASTELLANOS
ESPAÑA
1889 
—-Esta mañana ha entrado mi padre enmiestancia. 
— Perfectamente, no creo que eso te haya sorpren- 
dido, cuando tiene la costumbre de hacerlo todos los 
días. 
— Es verdad, pero al verle, á pesar de los esfuerzos 
que hice para contenerme, no he podido reprimir las 
lágrimas que se agolpaban á mis ojos. 
— ¿Y por qué llorabas? 
— ¡Ay, Garcés! ¿Te parece que no existe motivo? 
Yo no he observado con ellos la conducta que se 
merecen. 
— En ese caso, yo soy el infame, pero nunca tú. 
— No: tú, aunque les debes mucho, aunque tienes 
para con ellos motivos de gratitud y respeto, no eres 
su hijo. 
— Pero aspiro á que me concedan ese dulce nom- 
bre. 
— Yo no he debido nunca acceder á tus súplicas, 
pero te amo tanto... 
Y la joven prorrumpió en amargos sollozos. 
— No, Esther de mi alma, el que no ha debido ja- 
más faltarles he sido yo. 
Sin embargo, perdóname, los propios motivos que 
te indujeron á demostrarme tu amor, han sido los 
que me impulsaron á buscarte. 
No llores; tus lágrimas, á la par que tus ojos, que- 
man mi corazón. 
Todavía hay medios para que nuestra falta quede 
legitimada ante Dios. 
926 EL JURAMENTO 
— No es posible, Garcés. 
— ¿Cómo que no? 
¿Acaso no podemos unirnos para siempre? 
— Sí, pero no con la premura que deseas. 
— No te comprendo. ¿Quién nos lo impedirá? 
— Oye, Garcés, escucha hasta el final, y entonces 
comprenderás por qué lloro. 
Mi padre me abrazó, y al sentir en su rostro la 
humedad de mis lágrimas, me preguntó los motivos 
que me obligaban á verterlas. 
Le respondí que me hallaba bajo las impresiones 
de un sueño desagradable, y pude observar que sus 
labios sonreían con incredulidad. 
Entonces me dijo que él sabía el origen de mi 
peocupación. 
Con efecto, Garcés, nuestros amores no son un se- 
creto para él. 
— ¿Y qué te dijo respecto á ellos? 
— Al pronto mi corazón se dilató de ventura. 
No dudó en decirme que te quería como á un hijo, 
y que á pesar de no pertenecer á nuestra raza y no 
profesar nuestras doctrinas, no se opondría á nuestro 
casamiento. 
— ¡Pobre Jacob! — exclamó el paje. 
— ¿Pero esa boda no puede verificarse con la rapi- 
dez que desearíamos? 
— ¿Por qué? 
Esther guardó sileucio. 
— Habla, habla con franqueza, pues es necesario 
que yo sepa todo lo que te ha dicho. 
DE DOS HÉROES. 927 
— Porque mi padre desea que adquieras algunos 
medios de fortuna. 
— Es natural, bien sabes que te he dicho lo mismo 
-antes de ahora. 
¿Y eso es lo único que te hace llorar? 
— No, hay otra cosa que me apena mucho. 
— Veamos cuál és. 
— Sentiría despertar tu enojo. 
— No parece sino que estás hablando con algún 
hombre que te haya demostrado su carácter irascible. 
— Mi padre, prosiguió la hebrea con timidez, quiere 
que salgas de esta casa. 
Las facciones del joven adquirieron un aspecto 
sombrío. 
Frunciéronse sus cejas, y en sus labios brotó una 
sonrisa amarga. 
— ¡Ah, luego el viejo Jacob quiere que me vaya, y 
que cuando haya adquirido riquezas vuelva en bus- 
ca tuya! 
— No, Garcés, mi padre quiere que no vivas bajo 
nuestro propio techo porque teme por su honor. 
¡El desdichado no sabe que éste tiene una mancha! 
— Pues bien, en ese caso, hoy mismo saldré de aquí. 
— Parece que me lo dices enojado. 
¿No comprendes la razón, amor mío? 
El desea proporcionarte medios para que te hagas 
un mercader honrado y... 
— Dile que agradezco sus atenciones, pero que no 
las acepto. 
—¡Garcés! 
928 EL JURAMENTO 
¿Qué dices, vas á resentirte por tan poco? 
— ¡ Ah, ¡luego te parece poco que me separen de ti! 
¡Bien se advierte que no me amas! 
— Calla, ingrato, no destroces mi corazón de esa 
manera. 
Yo te amo como á nadie he amado jamás. 
¿Qué mayor prueba puedes exigirme si hasta des- 
honré por ti las canas de mis pobres padres? 
El paje quedó pensativo. 
Las lágrimas de Esther le conmovieron, y domi- 
nando su impetuoso carácter le preguntó. 
— ¿Qué quieres que haga? 
— Quiero que no te ofendas. 
 Mis padres deben procurar por mi honra. 
Es justo que tomen esta determinación aunque á 
nosotros nos contraríe. 
Acepta lo que te ofrecen, y si tu amor es cierto r 
procura prosperar y hacerte á sus ojos digno de mí. 
Yo te veré. 
Ya sabes que mis padres no han de cerrarte sus 
puertas. 
Podemos también permanecer juntos en la casa de 
Pedro Torrigiano. 
— Y en la tuya durante las horas de la noche. 
 — No te comprendo. 
— -La ventana de tu estancia cae á este jardín, y no 
está tan alta que no sea susceptible de escalarse. 
Tus padres se acuestan temprano. 
— ¡Ah, Garcés; {y si sorprendiesen nuestras entre- 
vistas? 
DE DOS HÉROES. 929 
— Mejor; de esa manera no podrían negarse á que 
fueses mi esposa. 
— Pero morirían de dolor. 
Sin embargo, yo te amo, yo soy tu esclava y haré 
cuanto me ordenes. 
— Debo advertirte que ahora mismo salgo de esta 
casa. 
— ¿En qué actitud? 
— En la más cariñosa. 
— Bueno, ese es mi deseo. 
Hazlo así por esta pobre mujer que tanto te quie- 
re y que tan dispuesta se halla á sacrificarse por tu 
amor. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario