viernes, 20 de enero de 2017

EL JURAMENTO DE DOS HEROES- 930

 EL JURAMENTO DE DOS HEROES
JULIAN CASTELLANOS
ESPAÑA 1889
 — Le diré, que habiendo cambiado mis condiciones 
no me permite la delicadeza continuar en su casa. 
— ¿Y si te ofrece recursos para empezar tu trabajo 
los aceptarás? 
— Eso nunca, Esther. 
— ¿Por qué? 
— Porque quiero demostrarle que el humilde ciego 
que recogió por caridad en el bosque, no es tan inepto 
que no sepa buscar la base de su fortuna. 
— ¿Y te marcharás hoy mismo? preguntó la hebrea 
lanzando un suspiro. 
— Sí, pero espero que esta noche me aguardes aso- 
mada á la ventana. 
Yo subiré por ella. 
Es necesario que hablemos de nuestro porvenir. 
— Bien, haré lo que me exiges. 
— Ahora quédate aquí. 
930 EL JURAMENTO 
Yo voy á buscar á tu padre, y no conviene que 
nos vea entrar juntos. 
Creería que tú me has aconsejado lo que voy á 
hacer, y no se engañaba después de todo. 
— ¿Piensas hablarle de nuestro amor? 
— No encuentro la ocasión propicia. 
Mientras no haya resuelto lo que desea, ¿para qué? 
— Como quieras. 
El paje se separó de la hebrea, entrando en la casa. 
El viejo Jacob leía un libro al lado del hogar. 
Al ver al joven dirigióle una cariñosa mirada. 
— Jacob — le dijo — si no fuera por interrumpir 
vuestra lectura desearía hablaros. 
— Habla, pues, hijo mío, me he puesto á leer para 
disipar el tedio. 
— Temería que mis palabras os hicieran suponer 
una ingratitud que jamás he demostrado. 
— No te comprendo. 
— Me explicaré. 
Yo nunca puedo olvidar lo mucho ques os debo. 
Habéis sido mis protectores, y si hoy disfruto del be- 
neficio de la vista, es gracias á vuestra solicitud y á 
vuestra caridad. 
— No hablemos de eso. 
Deber de todos los hombres es practicarla. 
— Sin embargo, pocos son los que cumplen con 
esos sagrados deberes. 
Ahora bien, vos que sois anciano y tenéis por la 
DE DOS HÉROES. 931 
tanto experiencia, comprenderéis que desde el ins- 
tante en que me hallo en el uso de mis facultades 
para trabajar debo hacerlo. 
No dudo que sería más cómodo permanecer aquí, 
pero nunca conseguiría poseer una fortuna que, gran- 
de ó pequeña, debe ser la aspiración de todo hombre 
honrado. 
— Es verdad, hijo mío, exclamó Jacob aprobando 
la conducta del paje. 
— Vengo por lo tanto á daros las gracias por lo 
que conmigo habéis hecho, y á despedirme. 
— Pero, ¿cómo, te marchas de Sevilla? 
— No, señor, diariamente vendré á visitaros y á 
bendeciros. 
Si algún día realizo mis aspiraciones, tened por se- 
guro que procuraré volver á vivir bajo vuestro mis- 
mo techo. 
Jacob comprendió el sentido de aquellas palabras. 
Luego se levantó, y abriendo un arca que había en 
la estancia, sacó de ella una bolsa llena de monedas 
de plata. 
— Toma, hijo mío, dijo á Garcés, aquí tienes esta 
pequeña suma para que atiendas á tus primeros 
gastos, y ojalá sea la base de tu prosperidad. 
El paje la rechazó con estas palabras: 
— Gracias, Jacob, no quiero aumentar un eslabón 
más á la cadena de los beneficios que me habéis he- 
cho. 
— ¿Te niegas á aceptarla? 
—Me niego, no por orgullo, que mal puedo tenerlo 
932 EL JURAMENTO DE DOS HÉROES. 
con mis protectores; pero quisiera demostrarles que 
sé luchar y vencer en las circunstancias difíciles. 
El hebreo insistió, pero sus esfuerzos fueron va- 
nos. 
Una hora después, el paje salía de aquella casa 
donde todos le habían recibido con los brazos abier- 
tos y lo despedían con lágrimas en los ojos. 
CAPITULO XCV. 
Donde Garcés empieza a demostrar de nuevo 
sus malos ínstintos. 
Garcés recapacitó un instante sobre el partido que 
debía tomar. 
Hallábase en una ciudad desconocida y no sabía 
adonde recurrir. 
Aventuróse por las calles donde se hacían grandes 
preparativos para recibir á los reyes que deberían 
llegar pocos días después, y cuando sé sintió fatigado 
penetró en una hostería de las calles más céntricas, 
dispuesto á descansar un instante , pues no podía 
abrigar otro objeto sin poseer recursos. 
Ocupó, pues, uno de los bancos que se hallaban ai 
rededor de la estancia. 
No habrían pasado cinco minutos, cuando la puer- 
ta se abrió de nuevo, dando paso á un doncel que 
ocultaba su rostro en los pliegues de su capa de gra- 
na y oro. 
El hidalgo sentóse junto á la mesa que estaba al 
lado de la de Garcés y se descubrió.
 934 EL JURAMENTO 
Era un gallardo mancebo. 
Ei hostelero acudió á preguntarle lo que deseaba 
tomar. 
— Tráete una botella y algún marisco. 
El dueño del establecimiento apresuróse á servirle. 
Entonces el desconocido dirigió sus ojos negros 
como el azabache á los circunstantes, y al fijarlos en 
Garcés hizo un movimiento de sorpresa. 
El paje pudo observarlo perfectamente. 
No recordaba, sin embargo, haber visto jamás ai 
caballero. 
— Permitidme que os haga una pregunta, dijo éste. 
— ¿Qué deseáis? 
— ¿Tenéis en la ciudad un hermano que se halla 
privado de la vista? 
— No, señor; no tengo hermano; el que padecía esa 
desgracia era yo, que es sin duda alguna á quien os 
referís. 
— Con efecto; era imposible una semejanza tan 
completa. 
— ¿Pero dónde me habéis visto? Yo no he salido de 
la casa de mis protectores durante el período de mi 
enfermedad. 

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