LAS
HABLILLAS de que había una espía en la Casa Blanca
llegaron a tal punto que la comisión del Senado encargada de los asuntos de
la guerra celebró una sesión secreta para discutir los
informes relativos a la deslealtad de la señora de Lincoln. Uno de los
miembros de la comisión relata así lo que sucedió:
Acababa
de abrirse la sesión cuando se irguió la figura de Abrahán Lincoln en el
extremo opuesto a la cabecera de la mesa; estaba de pie con el sombrero en la
mano. Nadie habló porque nadie hubiera sabido qué decir.
Nuestro
visitante habló por fin, muy despacio, con dominio de sí mismo, aunque con voz
grave y preñada de tristeza:
“_Yo, Abrahán Lincoln, presidente de los Estados Unidos, me
presento por mi propia voluntad ante este comité para declarar: que me
consta que es falso el rumor de que alguno de los
miembros de mi familia mantenga comunicaciones desleales con el enemigo__».
Acabando
de hacer esa declaración se marchó, solo y en silencio como había venido. Nos
quedamos mudos unos cuantos minutos. En seguida, por
tácito convenio, sin hablar palabra, el comité renunció a tomar en cuenta los
rumores sobre la supuesta traición de la esposa del Presidente.
— CARL
SANDBURG
EL PRIMERO de enero de 1863, a mediodía,
presentáronle a Lincoln para la firma la
proclama de emancipación de los esclavos. Teniéndola a la vista
sobre la mesa, el Presidente tomó dos veces la pluma y la volvió a dejar. Se
volvió entonces a su secretario de
Estado, Guillermo Seward y le dijo:
—He
estado estrechando manos amigas desde las nueve de la mañana y tengo la derecha
casi paralizada. Si mi nombre algun día pasa a
la historia, será por este documento en el cual he puesto toda mi alma. Si me
tiembla la mano al firmarlo, quienes lo examinen en la
posteridad podrían decir: «Vaciló».
En
seguida volvió el cuerpo hacia la mesa, tomó de nuevo la pluma y muy despacio y con gran firmeza estampó su nombre: «Abrahán
Lincoln.”
—
FREDERICK SEWARD,
hijo de
GUILLERMO SEWARD
EL
RETRATISTA Frank Carpenter, que estuvo en la Casa Blanca a tiempo que ocurrían
las sangrientas batallas de la guerra civil, observó
todos los matices y cambios de expresión en las facciones de Lincoln. «Absorto
en su trabajo se olvidaba de que yo estaba
presente… En reposo era su rostro la más
triste imagen que he visto en mi vida; había días en que me era imposible mirarlo sin
llorar. En las primeras semanas
de combate casi no durmió ... Un día me lo encontré, envuelto en una larga
bata, paseándose de arriba abajo por un estrecho corredor que daba a una
ventana, con las manos enlazadas a la espalda, los ojos enmarcados en profundas
ojeras y la barbilla pegada al pecho». Ese mismo día
más tarde, lo oyeron gritar: «¡Dios mío, Dios mío! Más de 20.000 entre muertos y heridos».
— CARL
SANDBURG
EL FIN
estaba próximo. El 3 de abril de 1865 las tropas de la Unión tomaron a
Richmond. Al día siguiente Lincoln salió para aquella ciudad. Al pasar su carruaje por las calles, los negros se
arremolinaban en su derredor, se arrodillaban ante el.
—Solamente debéis arrodillaros ante Dios, y darle gracias a
Él por vuestra libertad —
les decía.
Un
observador lo encontró «pálido, demacrado, completamente agotado».
Aquella tarde el general Weitzel le preguntó cómo debía tratar a los rendidos y
él le respondió: —Si yo estuviera en su
lugar, mi general, los trataría con
compasión.
STEFAN
LORANT
No hay comentarios.:
Publicar un comentario