domingo, 7 de agosto de 2016

ABRAHAM LINCOLN ANECDOTAS

LAS HABLILLAS de que había una espía en la Casa Blanca llegaron a tal punto que la comisión del Senado encargada de los asuntos de la guerra celebró una sesión secreta para discutir los informes relativos a la deslealtad de la señora de Lincoln. Uno de los miembros de la comisión relata así lo que sucedió:
Acababa de abrirse la sesión cuan­do se irguió la figura de Abrahán Lincoln en el extremo opuesto a la cabecera de la mesa; estaba de pie con el sombrero en la mano. Nadie habló porque nadie hubiera sabido qué decir.
Nuestro visitante habló por fin, muy despacio, con dominio de sí mismo, aunque con voz grave y preñada de tristeza:
“_Yo, Abrahán Lincoln, presidente de los Estados Unidos, me presento por mi propia voluntad ante este comité para declarar: que me consta que es falso el rumor de que alguno de los miembros de mi familia mantenga comunicaciones desleales con el enemigo__».
Acabando de hacer esa declaración se marchó, solo y en silencio como había venido. Nos quedamos mudos unos cuantos minutos. En seguida, por tácito convenio, sin hablar palabra, el comité renunció a tomar en cuenta los rumores sobre la supuesta traición de la esposa del Presidente.
— CARL SANDBURG

EL PRIMERO de enero de 1863, a mediodía, presentáronle a Lincoln para la firma la proclama de emancipación de los esclavos. Teniéndola a la vista sobre la mesa, el Presidente tomó dos veces la pluma y la volvió a dejar. Se volvió entonces a su secretario     de    Estado, Guillermo Seward y le dijo:
—He estado estrechando manos amigas desde las nueve de la mañana y tengo la derecha casi paralizada. Si mi nombre algun día pasa a la historia, será por este documento en el cual he puesto toda mi alma. Si me tiembla la mano al firmarlo, quienes lo examinen en la posteridad podrían decir: «Vaciló».
En seguida volvió el cuerpo hacia la mesa, tomó de nuevo la pluma y muy despacio y con gran firmeza estampó su nombre: «Abrahán Lincoln.”
— FREDERICK SEWARD,
hijo de GUILLERMO SEWARD

EL RETRATISTA Frank Carpenter, que estuvo en la Casa Blanca a tiempo que ocurrían las sangrientas bata­llas de la guerra civil, observó todos los matices y cambios de expresión en las facciones de Lincoln. «Absorto en su trabajo se olvidaba de que yo estaba presente… En reposo era su rostro la más triste imagen que he visto en mi vida; había días en que me era imposible mirarlo sin llorar. En las primeras semanas de combate casi no durmió ... Un día me lo encontré, envuelto en una larga bata, paseándose de arriba abajo por un estrecho corredor que daba a una ventana, con las manos enlazadas a la espalda, los ojos enmarcados en profundas ojeras y la barbilla pegada al pecho». Ese mismo día más tarde, lo oyeron gritar: «¡Dios mío, Dios mío! Más de 20.000 entre muertos y heridos».
— CARL SANDBURG
EL FIN estaba próximo. El 3 de abril de 1865 las tropas de la Unión tomaron a Richmond. Al día siguiente Lincoln salió para aquella ciudad. Al pasar su carruaje por las calles, los negros se arremolinaban en su derredor,  se arrodillaban ante el.
 —Solamente debéis arrodillaros ante Dios, y darle gracias a Él por vuestra libertad les decía.
Un observador lo encontró «pálido,   demacrado, completamente agotado». Aquella tarde el general Weitzel le preguntó cómo debía tratar a los rendidos y él le respondió: Si yo estuviera en su lugar, mi general, los trataría con compasión.
STEFAN LORANT

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