"MUERA EL CRISTIANISMO DICE EL JAPON"
"Odian a Cristo con la misma saña que a los soldados de
allende el mar."
(Condensado
de «Collier's »)
Por Robert Bellaire
1942
NO
HABÍA ESTALLADO la guerra todavía. Estábamos el coronel S.Nichihara, oficial de
prensa del Ejército japonés, y yo, en una lujosa casa de Shangai.
Nichihara
había bebido mucho. Al parecer, tenía el vino sentimental, porque empezó a
sollozar y a pronunciar, lleno de reverente emoción, entre hipo e hipo, el
nombre sagrado de Hirohito.
--Usted—me
dijo después de una buena mordida al pescado crudo que estaba comiendo — usted
también debiera hacerse shintoista y creyente en el Emperador.
—Vamos,
vamos, coronel—le respondí—. No lo disimule tanto. Usted
es cristiano. Para usted, el Emperador no es el mismo que para los
demás japoneses. No me dirá usted que no.
Saltó como si lo hubiese mordido una víbora. El
ultraje le llegó a lo más vivo del alma. Con gritos y ademanes descompasados,
casi me escupió a la cara:
—Me he inscrito como cristiano, sí, no lo niego; pero, óigalo
usted bien, lo he hecho por un solo motivo: por el Emperador.
Tenía los ojos inyectados. Estaba frenético de rabia.
—El Ejército Imperial—prosiguió ordenó que
asistiera a la escuela de una misión cristiana para aprender inglés. Otro tanto
han hecho infinidad de oficiales japoneses para capacitarse como traductores
militares.
Según Nichihara, hubo oficiales que se inscribieron también como cristianos para aprender matemáticas superiores, ciencias, historia extranjera: materias todas que se consideran indispensables para la creación de un ejército y una marina capaces de sojuzgar el mundo. En las misiones no se exige a los alumnos que sean cristianos, pero los jefes militares dispusieron que los oficiales lo hiciesen así, por temor a que las escuelas se cerráran, si las juntas misionales de los Estados Unidos veían que el número de «conversiones» no justificaba el gasto de su sostenimiento.
Según Nichihara, hubo oficiales que se inscribieron también como cristianos para aprender matemáticas superiores, ciencias, historia extranjera: materias todas que se consideran indispensables para la creación de un ejército y una marina capaces de sojuzgar el mundo. En las misiones no se exige a los alumnos que sean cristianos, pero los jefes militares dispusieron que los oficiales lo hiciesen así, por temor a que las escuelas se cerráran, si las juntas misionales de los Estados Unidos veían que el número de «conversiones» no justificaba el gasto de su sostenimiento.
—Pero
ya no necesitamos para nada de las misiones—continuó Nichihara—. Tenemos
hospitales y universidades incomparables, hasta mejores. ¿Sabe usted cuál es
la única utilidad que nos prestan las misiones ahora? Pues la de suministrarnos divisas para comprarles a ustedes mismos
materias primas con el dinero que traen los misioneros.
Le
pregunté si, en general, los japoneses estaban agradecidos a los misioneros
cristianos por su obra humanitaria.
— ¿Agradecidos ?—El coronel sonrió sarcásticamente---, Todo japones que se respete un poco se siente ofendido y
humillado- cuando tiene que aceptar algo de un extranjero. Somos una
raza superior. Llegará el día en que el Japón dominará el mundo.
Ese día, sépalo usted,
ese día barreremos el Cristianismo de la faz del orbe.
Pocas
horas antes había comunicado yo a la Prensa Unida que los japoneses acababan de
bombardear otra misión cristiana en el interior de China. ¡Era el vigésimo
bombardeo en menos de un año! Se habían marcado visiblemente todos los
edificios de la misión con banderas norteamericanas. El comunicado
oficioso de Nichihara de aquel día rezaba así: «Nuestros aviones han bombardeado
con éxito un importante objetivo en la provincia de Honan ».
Al
presente, el Japón está librando una guerra tan encarnizada contra el
Cristianismo como contra los Estados Unidos. El Cristianismo rechaza y condena las
pretensiones de los japoneses de ser una raza superior; niega la divinidad de
su soberano; aboga por reformas sociales que sacarán a las masas japonesas del
estado de servidumbre feudal en que se hallan. Es, en suma, la religión de la
esperanza, la religión que ha tenido la virtud de despertar la fe en su
liberación, en millones de
indefensos orientales a quienes el Japón se propone someter a yugo ominoso y
perdurable. «No se podrá sojuzgar a los chinos », me confesó en una
ocasión Jan Suchiya, jefe de propaganda del Ministerio de Estado de Tokio, «mientras los cristianos sigan predicando
esa su doctrina de fe y esperanza. ¡Creencias absurdas que tenemos que
prohibir!»
El plan
que piensa ejecutar el Japón contra el cristianismo es patente. Hay
que
destruir hasta la última misión cristiana en China. Mediante más de 800
ataques desde el aire, en estos seis últimos años, han reducido, a ruinas a
centenares de misiones, iglesias y hospitales. Los japoneses cuentan con matar
a todos los misioneros, u obligarlos, por el terror, a huir de China. Son muy
pocos hasta ahora los que han huido. Millares, en cambio, han perecido o han
quedado inutilizados en una de las persecuciones más sanguinarias e
implacables que se han visto en China.
Hasta
lo de Pearl Harbor, cada ataque de los japoneses a una misión provocaba una
enérgica protesta de los representantes diplomáticos extranjeros. Y a cada
protesta, invariablemente, el Japón expresaba su «profundo pesar» por el
error que habían padecido sus aviadores. Por fin, como último remedio, los
representantes de los Estados Unidos facilitaron a los japoneses mapas con la
situación exacta de todas y cada una de las misiones norteamericanas en China.
El resultado fue que, en los dos meses siguientes, aumentó considerablemente
el número y la frecuencia de los bombardeos. Los japoneses, inmutables,
continuaron repitiendo su sabido subterfugio: « ¡Ha sido una deplorable
equivocación!» Jan Suchiya me dijo algún tiempo después que esos mapas habían
servido de «excelentes guías a nuestros aviadores».
En las
Filipinas y en otras regiones ocupadas se ha dado muerte a la mayor parte de
los misioneros, o se les ha encarcelado, o se les ha hecho objeto de tratos
tan infames, que no pueden referirse aquí. Se han entregado sus parroquias
a «misioneros cristianos» japoneses, adscritos al Departamento de
Cultos del Ejército. El número de esos misioneros es quince veces mayor que el
de todos los clérigos canónicamente ordenados en el Japón en los últimos treinta
años. La mayoría no son más que sacerdotes shintoistas disfrazados y
especialmente preparados para combatir al cristianismo «desde dentro».
No exhortan a los conversos del país a apostatar del Cristianismo, sino sencillamente
a rechazar las «mentiras» que los bárbaros occidentales les han
enseñado.
He aquí su versión del Cristianismo. Cristo fue
un oriental. Nació en el Japón. Fue un gran profeta que recibió todo su saber
de los emperadores-dioses del Japón. Se trasladó al Occidente a difundir sus grandes
enseñanzas entre los bárbaros, los cuales lo negaron y lo crucificaron
e_interpretaron torcidamente todo lo que él enseñó. Después de resucitar de
entre los muertos, Cristo reapareció en el Japón, donde murió y está enterrado.
La sabiduría que EL adquirió de las doctrinas de los divinos emperadores, es
la misma divina sabiduría que hoy posee Hírohíto.
Los japoneses llevan al Japón a centenares de
cristianos chinos y filipinos, a visitar «el sepulcro» del profeta Cristo. (Es
un hecho probado que han erigido un santuario.) A los peregrinos se les dice
que lo más importante del viaje es la ocasión de pararse ante los muros del
Palacio Imperial en Tokio a rendirle homenaje al dios-emperador. Vuelven, pues,
a sus hogares con la idea de que Cristo ha muerto, pero que el dios-emperador
está vivo, y bien vivo, y que es heredero legítimo de la soberanía omnímoda
sobre todo el mundo.
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