viernes, 20 de noviembre de 2015

ANECDOTARIO DE ABRAHAM LINCOLN A1



«EL ÁRBOL SE MIDE MEJOR CAÍDO ...» 
DENTRO de un tranvía lleno de  gente madrugadora en Filadelfia, un buen cuáquero desdobló el periódico, se quedó mirándolo y excla­mó: «¡Santo Cielo! ¿Qué es esto? ¡Lincoln asesinado!» Los demás viajeros de aquel amanecer gris se cu­brieron la cara con las manos para ocultar sus lágrimas ardientes que regaron el piso cubierto de aserrín. El conductor del vehículo vino a convencerse de si era verdad lo que había oído. Salió en seguida, les quitó los cencerros a sus caballos y siguió adelante, conduciendo ese tranvía lleno de dolientes, unos silenciosos, otros sollozando.
En Charleston, Carolina del Sur, una negra vieja andaba como loca por la calle; se retorcía las manos y lloraba: «¡Dios mío, Dios mío, mataron al amo Sam, mataron al Tío Sam!»
Hasta una lejana llanura de Illinois alguien fue a darle la noticia a una mujer que vivía en una granja.
Ya sabia yo desde que se fue que no volvería por aquí
respondió ella: era Sara Bush Lincoln, que estaba preparada para el dolor que iba a llegarle ese día.
En Washington, en Nueva York, en Boston, en Chicago, en Springfield, en Peoría, lo mismo en las urbes que en las aldeas, lloraban las campanas hora tras hora sin descanso. Por todas partes se veían banderas a media asta y negros crespones de luto.
CARL  SANDBURG

LA PROCESIÓN fúnebre tardó mucho en llegar a los lugares por donde habría de pasar. Era un desfile plebeyo, tumultuoso, desconcertante, caótico y al mismo tiempo sencillo majestuoso.
A pesar de las manifestaciones empalagosamente sentimentales, tuvo momentos solemnes e inolvidables para millones de gentes que amaban a Lincoln y apreciaban su grandeza.
Comenzó en la Casa Blanca: de ahí sacaron el féretro y lo siguieron durante 12 días con sus noches. Por la noche se iluminaba el camino del tren que lo conducía con hogueras y antorchas.
Durante el día seguíanlo las tropas con las armas a la funerala y los tambores destemplados, y el doblar de las campanas, el eterno doblar de las campanas que sollozaban el réquiem.
  Pasó  por    Baltimore, Harrisburg, Filadelfia, Nueva York, después por Albany, Utica, Syracuse, Cleveland, Columbus, Indianápolis, Chicago. Por fin llegó a Springfield la enlutada caja después de un viaje de 2700 kilómetros en que lo vieron pasar siete millones de sus conciudadanos. Y allí, en la vieja ciudad donde había vivido, cerca de la colina de New Salerm, descansaron por fin y para siempre      sus    restos mortales.
- CARL SANDBURG

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