sábado, 7 de noviembre de 2015

OFENSIVA DE PAPEL--SEGUNDA GUERRA MUNDIAL 1944



Ofensiva de «confeti»
(Condensado de «The American Legion Magazine»)
Por Frederick C. Painton
1944
CIERTA NOCHE, durante la invasión de Sicilia, un artillero norteamericano cargó el cañón de campaña que apuntaba a un fuerte enemigo con una granada excepcional. El cañón lanzó llamaradas blanquecinas y la granada rasgó con agudo silbido el hosco silencio nocturno; pero, en vez de atronador estruendo, se oyó a lo lejos una explosión débil, como de fuegos artificiales.
« ¡Esto de disparar con confeti», murmuró el artillero, irritado, «es propio de una guerra de carnaval!»
La granada estaba rellena de hojas de propaganda que explicaban a los italianos cómo eran triste presa de los nazis y la intención que abrigaban los alemanes de convertir en desolador campo de batalla el suelo de Italia que tanto amaban sus hijos patriotas; también les decía que se encontraban en situación desesperada y que cada hojilla impresa era «un billete de rendición» con derecho a buena comida y absoluta seguridad detrás de las líneas norteamericanas. Desde sus abrigos de las avanzadas, los soldados norteamericanos que hablaban italiano repitieron, valiéndose de altavoces, el mismo mensaje, cuyo eco rodó por las montañas sicilianas.
 Poco antes del amanecer, algunos bombarderos medianos estadounidenses dejaron caer más «billetes de rendición » detrás de las líneás enemigas. Juraban los malhumorados pilotos que unos cuantos kilos de explosivos hubieran sido de mayor eficacia; pero aquella misma mañana empezaron a presentarse por docenas soldados italianos que venían de la línea enemiga. Cada cual traía su hoja blanca en la mano.
« ¿Sirve este billete para rendirse?» gritó uno de ellos. Ante la respuesta afirmativa, avanzaron en masa. Diéronles la bienvenida los norteamericanos, los alojaron en un campo cercado de alambradas les dieron  una lata de rancho que los recién llegados devoraron ávidamente.
Había entrado eri. juego la Sección de Guerra Psicológica, adscrita al departamento de censura del Cuartel General aliado. Hace un año los militares de carrera  se burlaban de ella. Poco después de la batalla de El Alamein, decía el general Montgomery: «No quiero charlatanes propagandistas en el campo de batalla». Pero cuando los aliados llegaron a Sicilia, el mismo Montgomery ordenaba bombardeos con granadas rellenas de impresos.
La cosa empezó al planear el general Eisenhower la invasión del Norte de África. A la sazón, los Estados Unidos y la Gran Bretaña contaban con media docena de organizaciones civiles y militares que ansiaban luchar con el enemigo en el terreno de las ideas y cada una de las cuales tenía su propio plan. Surgían verdaderos torrentes de palabras de la Oficina de Información de Guerra, de la Oficina de Servicios Estratégicos, de la Dirección de Guerra Política inglesa, del Ministerio de Información de Guerra inglés y de los servicios de inteligencia de las fuerzas de mar y de las fuerzas de tierra, así inglesas como norteamericanas. Aquello era sencillamente un caos.
En octubre de 1942, Eisenhowcr encomendó la solución del problema al coronel Charles B. Hazeltine, militar muy estricto, que había servido en la Caballería treinta y tres años, y mandado, más recientemente, un regimiento de Infantería mecanizada. Hazeltine reclutó en las diversas organizaciones de propaganda el personal de su flamante Sección de Guerra Psicológica de las Fuerzas Aliadas. Había en él hombres y, mujeres. Una vez que lo hubo reunido, habló en estos términos:
«No entiendo una palabra de estas cosas de propaganda, pero creo firmemente en su eficacia. Conozco, en cambio, el Ejército y entiendo de organización. Todos estamos aquí a prueba hasta que consigamos hacerlo bien. De modo que, ustedes a escribir, y yo a ver que el Ejército quede satisfecho».
Dividióse la nueva sección en tres unidades: la de propaganda de .combate, que avanzan con las fuerzas; la destinada a operar en las zonas que éstas vayan ocupando; y, por último, la encargada de coordinar los esfuerzos de propaganda del Cuartel General de las Fuerzas Aliadas con los de Londres y Wáshington.
Voy a, referir un caso que puede considerarse típicamente ilustrativo del funcionamiento de la organización. John Whitaker, ex corresponsal extranjero ventajosamente conocido en los Estados Unidos, entró en Palermo, capital de Sicilia, al frente de una unidad propagandista de combate. Inmediatamente se apoderó de la estación de radio y las imprentas de los periódicos. En seguida cablegrafió a la unidad del Cuartel General para que enviase la correspondiente unidad de ocupación. A los pocos días esa estación de radio le daba al pueblo italiano noticias imparciales, y el diario Sicilia Liberata decíaa los sicilianos las primeras verdades que habían leído en más de veinte años.
Los primeros tiempos de la Sección de Guerra Psicológica fueron difíciles. La organización de Hazeltine acababa de completarse en los momentos más críticos de la campaña tunecina y nadie le prestó gran atención. Obtuvo fondos y equipo donde pudo e imprimió gran cantidad de hojillas. Pero los pilotos no querían hacerse cargo de ellas y a las patrullas de infantería les hacía maldita la gracia meterse detrás de las líneas enemigas para dejarlas. Un capitán inglés, llamado O'Neil, descubrió la manera de llenar una bomba de cañón con hojas de propaganda y cargarla lo bastante para que estallase la cápsula sin quemar el papel; pero la artillería no quería hacer disparos con lo que los soldados denominaron papel higiénico.
Los oficiales de la flamante sección hicieron acopio de paciencia y visitaron a los generales para convencerlos de la bondad de su idea. Se las arreglaron para que cada semana fuera lanzado a terreno enemigo mayor número de hojillas impresas hasta que, por fin, llegó el día del triunfo. Los italianos empezaron a rendirse, por docenas, por centenares. Cada uno era portador de su hojita que consideraba un salvoconducto.
«Dos sicilianos», cuenta riendo Hazeltine, «se presentaron un día con sus correspondientes hojas y nos dijeron que había otros 60 que no se atrevían a venir porque no tenían billetes. Enviamos unos cuantos hombres para que los trajeran. Otro día, vino un italiano, pidió que le diésemos otra hojilla y se volvió para regresar al poco rato en compañía de su hermano. Me han contado que durante los últimos días de la pelea tunecina, los árabes crearon una bolsa negra con nuestro material de propaganda, vendiéndolo en calidad de billetes de rendición tanto a alemanes como a italianos ».
  Algunos oficiales del servicio de Inteligencia relatan las siguientes manifestaciones que les hizo un capitán alemán prisionero:
«Su propaganda causó efectos desastrosos  nuestras tropas. Hasta las Flugbätter (hojas volantes) eran desmoralizadoras porque su lectura sabía a verdad y nos despertaba del sueño en que nos tenían las mentiras de nuestro Gobierno. Cuando acabé de leer la que había caído en mis manos, sentí ganas de levantarme la tapa de los sesos. Era muy difícil evitar que mis hombres las leyesen porque las condenadas hojas estaban en todak partes.»
Los generales que mandaban las fuerzas de combate acabaron por caer en la cuenta de lo que valía la propaganda. Hazeltine tuvo un gran día cuando el teniente general George S. Patton, comandante a la sazón del Segundo Cuerpo de Ejército, dió órdenes de que se bombardease con folletos el frente enemigó. Cuando la fuerza aérea del Norte de Africa decidió bombardear objetivos militares en Roma, el teniente general Carl A. Spailtz mandó también lanzar unos cuantos millones de folletos con destino a los habitantes de la Ciudad Eterna.
La Sección de Guerra Psicológica ha hecho asimismo uso de la radio para minar en el enemigo la voluntad de resistencia. El asombroso cambio de actitud de los prisioneros alemanes deinostró, muy  pronto cuán eficaces eran los resultados que se lograban por ese medio. Los nazis capturados en Túnez vivían aún en el mundo creado por la fantasía del doctor Goebbels.
«Ahora que los japoneses han invadido a Siberia», decía uno de ellos, «acabaremos con los rusos este año y luego les ajustaremos las cuentas a ustedes y a los ingleses» .
«¡Ojalá me manden a los Estados Unidos!» exclamaba otro, galleando como todos sus compañeros. «¡Quiero ver lo que parece Nueva York ahora que los bombardeos japoneses la han dejado sin rascacielos». 
  En carribio, muchos de los prisioneros alemanes hechos en Sicilia daban muestras de tristeza y desaliento. La nueva ofensiva alemana contra Rusia había fracasado. Sabían que Sicilia estaba perdida y pensaban que pronto lo estaría Italia. Algunos oficiales convenían en que Alemania ya no podía abrigar esperanzas de ganar la guerra. La mayoría de esos prisioneros pertenecían a las tropas de reserva alemanas del mediodía de Francia. Allí habían estado expuestos a la propaganda que la Sección de Guerra Psicológica transmitía por radio, catorce horas al día. Eran tantos los vehículos alemanes de combate dotados con receptores de radio, que el Alto Mando no podía impedir que se oyeran las emisiones.
   Las emisoras de la Sección de Guerra Psicológica se convirtieron en cañones de sitio que nombardeaban noticias en italiano, alemán y francés. La regla fundamental para la preparación de las emisiones rezaba como sigue: «Digan las cosas sencillamente y no se aparten un punto de la verdad. Si los alemanes nos pescan en una sola mentira, todo el valor de nuestro trabajo está perdido».
   
La radio machacó incesantemente sobre Italia y no cabe duda de que sus emisiones llegaban al pueblo italiano. Eisenhower utilizó la radio de la Sección de Guerra Psicológica para anunciar a los italianos el armisticio con Italia. Más adelante, las mismas emosorás dieron a los italianos instrucciones concretas para sabotear las comunicaciones alemanas. Informes recibidos últimamente revelan que las instrucciones se siguieron al pie de la letra.
 
«Empezamos valiéndonos de un arma que nos era desconocida», explica C. D. Jackson, adjunto civil de la Sección de Guerra Psicológica. «Pero a estas alturas resulta de palpable evidencia que la propaganda honrada es tan mortal como un ataque de bombarderos. Con esa propaganda estamos salvando vidas de soldados norteamericanos, puesto que cada enemigo que se rinde, folleto en  mano, es uno menos que dispara contra nuestros muchachos» .

No hay comentarios.:

Publicar un comentario